La última vez que fotografié a Javier Krahe fue con carrete químico. Considerando que cambié los haluros de plata por bits en febrero de 2006, creo que merezco más castigo por este hiato que por el abandono del metal; sobre todo, después de comprobar que, así pasen los años, Don Javier mantiene plenas sus facultades satíricas y musicales.
Retrato. Estaba acreditado para el concierto, pero me metieron al camerino.
Además, este hombre es un chollo ahora que me he decidido a escribir. No hace falta estrujarse la mollera; ya te hace él una crónica del concierto, en una sola frase certera y exacta. Cito de memoria:
“En este concierto vamos a intercalar algunas canciones nuevas con otras viejas …porque si las tocamos a la vez es un barullo y no se entiende nada”.
Ahí queda resumido el meollo de la velada: canciones nuevas, canciones viejas y todas ellas repletas de motivos para la hilaridad. Las canciones, y lo que no son canciones, porque la prosa entre ellas es tanto o más divertida que el verso musicado.
Así, entre carcajada y carcajada, -ora en monólogos de presentación, ora elevando el ripio a arte mayor, con ayuda de los músicos- nos enteramos que le nombraron presidente de su comunidad por ser nuevo y porque se le ocurrió poner felpudos en las entradas del portal …y le reeligieron cuando ya había puesto 70 u 80 de ellos, pero entonces empezaron los bulos de corrupción; también nos deleitó con su fábula sobre el dinero, “que como todas las fábulas, sucede en un país imaginario; en este caso, Suiza”; supimos que, de cuando en cuando, debe inventarse viajes, para dejar al vecino de arriba que se encargue de satisfacer a su ninfómana esposa; a la que, por cierto, echa de casa cada 2 de mayo, pues es medio francesa.
Dinero, poder, matrimonio, sexo… no hay dianas suficientes para la sátira de Krahe, eso sí, pese a sus intentos tibetanos, como le dice su mánager (con acento y fonema ge), con su repertorio, lo tiene crudo en el mercado asiático.
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