He aquí una crónica que he dudado escribir, lo que me obliga a explicarme y a establecer unos principios, ahora que me ha dado por poner palabras a mis fotos.
Yo no soy periodista, no cobro por escribir y no tengo obligación alguna de hacerlo. Esto tiene infinidad de ventajas y apenas inconvenientes, así que estoy encantado: no tengo por qué escribir de todo; no tengo que ceñirme a género periodístico-literario alguno; no tengo que ser exhaustivo; no me es obligado documentarme; no tengo que ceñirme a un número de palabras; en realidad, ni siquiera tengo que informar en el sentido clásico del concepto (quién, qué, cuándo, dónde, por qué), y me puedo dedicar a elucubrar e, incluso, no decir más que sandeces. Básicamente, hago lo que me da la gana que para eso pago yo el hosting y no me va el ADSL en esto.
Ya digo: aparte del esfuerzo, todo ventajas.
Siendo, pues, que puedo elegir, una de las cosas que había decidido era escribir en positivo. Hacerlo esencialmente de lo que me gusta, dejando a un lado lo que no y aquello de lo que no tengo ni criterio, ni opinión, ni nada que decir. Pero claro, que haga lo que me da la gana no quiere decir que escriba para mi mismo. En absoluto. Lo hago con la idea de ser útil a alguien. Alguien que se descubra afín a mis filias y fobias y a quien lo que escribo pueda servir de referencia a la hora de gastarse los cuartos en algo desconocido o en lo que alberga dudas. En ese sentido, no tengo intención alguna de sentar cátedra; sólo pretendo hablar para mis “afines”.
Es por esto que me cuesta escribir sobre el concierto de John The Conqueror del pasado jueves, porque no voy a ponerlos bien. Pero si pretendo algún tipo de utilidad, algo tendré que decir, digo yo. Pues aquí va.
Llevaba las expectativas muy altas al Hika Ateneo, después de haber disfrutado como loco del primer y homónimo disco del grupo. 10 canciones, a cual mejor, mezclando rock clásico con blues, en formato power-trio y con 3 o 4 jitazos perfectamente aptos para el público mainstream. Un discazo de aúpa.
Con estas premisas anuncié en mi facebook que aquello sería un yo-estuve-allí de libro. Una cita memorable de la que presumir, años después, ante quienes no estuvieron. Igual que cuando vinieron Black Keys, con los que son justamente comparados, a la Sala Azkena y actuaron ante una treintena de personas (sí, yo estuve allí).
Iba ilusionadísimo, pero mi gozo en un pozo. Salí bastante decepcionado del concierto, y eso que fue casi perfecto. Lo fue de sonido y de ejecución. Los tres músicos son buenísimos. Mucho mejores de lo que las canciones exigen, diría yo (aunque la falta de protagonismo del bajista hace pensar que funcionarían perfectamente como un dúo). Voz impecable, guitarras prístinas con el punto justo de suciedad inofensiva, baquetas como péndulos de metrónomo. Todo perfecto en ese sentido. Y entonces ¿qué? ¿por qué el lamento?
Pues porque faltó alma, comunicación, humanidad, feeling, duende, mala hostia,… continuad con la lista si queréis. Faltó ese intangible que marca la diferencia entre una ejecución perfecta y un acto de comunión músico-audiencia. Excelentes músicos y canciones, sí, pero parecían aburridos de ellas, tocándolas únicamente porque les van las facturas de fin de mes en ello. Y eso es imperdonable en un grupo recién salido al mundo. Y encima, en los muy rácanos 65 minutos que tocaron (bis incluido), no incluyeron ese hit impepinable que es Say what you want.
Si alguien tiene alguna duda de que la música es algo más que tocar bien buenas canciones, John The Conqueror pueden despejárselas todas en poco menos de una hora. Cuando exista un grupo homenaje de su repertorio, seguro que es más disfrutable. Al menos tocará con ilusión.
Dicho todo esto, también es cierto que les compré los dos discos (el segundo no lo tenían en vinilo, supuestamente porque se lo habían confiscado en la frontera francesa ¿¡!?) y, si vuelven por aquí, les daré otra oportunidad. El potencial es mucho como para dejarlo de lado por una mala primera impresión.
Está visto que soy todo indulgencia.
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