Como de la noche al día. ¡Vaya cambiazo que han pegado John The Conqueror en los 14 meses que separan sus dos visitas a Bilbao!
De su actuación de febrero de 2014 no pude menos que escribir la crónica de la decepción y contaba cómo habiendo sido impecables en la ejecución, resultaron nulos en la comunicación. Eran un ejemplo paradigmático de que tocar bien no es suficiente, que hace falta un algo más. Fueron entonces un grupo que, hundiendo sus raíces en el rock, el blues y el soul, paradójicamente no ponía alma en su música.
Un año después nos valen igualmente para ejemplificar esa idea, precisamente porque su actitud ha cambiado radicalmente y ahora, sin ser tan perfectos, resultan mucho más disfrutables.
El primer cambio evidente ha sido el del baterista. Adam Williams sustituye a Michael Gardner. El nuevo, que me chivan que lleva unos 8 meses con el grupo, es claramente menos técnico que el primero pero insufla al grupo un plus de alegría que antes no tenían. Seguramente no sea él el responsable de ello, pues el cambio se nota en los otros dos músicos también, pero ahí queda el dato.
El otro cambio notable es la actitud escénica. Lo que antes fue hieratismo gélido y ejecución robótica, ahora se desliza por el terreno del desparrame. Vuelta total de campana. La extrema formalidad ha dado paso a las cervezas, el Jack Daniels (diluido, eso sí, aunque cayeron unos lingotazos a morro) y los pitillos.
La comunicación entre los tres, que antes se reducía prácticamente a esa telepatía que debe existir entre los miembros de una banda cuando tocan, ahora se complementa con risas y bromas. Risas y bromas que se trasladan también a los fotógrafos y al público. Claro que, no sé si por efecto del morapio, de su acento o de las dos cosas a la vez, yo no le entendí demasiado al bueno de Pierre Moore así que no pillé los cachondeos.
Musicalmente la cosa sigue por derroteros similares a los que ya sabíamos. Setlist en la línea y una ejecución como sólo son capaces de hacer, semi-trompas, quienes sobrios son como robots programados para la tarea, es decir, magnífica pero con atisbos de desinhibida imperfección, con parones improvisados y giños al nuevo baterista, que lo mismo no sabía por dónde le iba a salir el ahora desemprejuiciado cantante, mientras Ryan Lynn se partía el eje tras su bajo.
Ahora, la pregunta del millón: ¿cuáles son los “verdaderos” John the Conqueror? ¿Los frígidos brutos mecánicos del Doctor Infierno que vimos el año pasado, o los báquicos desenfrenados de ayer? Espero que los clásicos tuvieran razón cuando dijeron que in vino veritas, porque la versión ligéramente etílica del trío me gusta mucho más que la académica. Enfaticemos: ligéramente; no vaya a ser que se les vaya de las manos.
Eso sí, tampoco esta vez han tocado mis preferidas Say what you want (que estaba apuntada para un segundo bis, junto a Hey Joe pero no llegaron a ellas) y Come home with me.