Les Luthiers llevan 47 años de carrera; 4 de sus 5 miembros son fundadores y el otro se unió en 1971, es decir, el actual quinteto lleva trabajando junto unos 43 años. Son pues, como grupo, unos “maduritos interesantes”. Con la cantidad de parejas que no se aguantan 3 meses, ¿cómo pueden 5 aguantarse más de 4 décadas? Son un evidente caso a eustudiar. Pero aún más digno de estudio es que sigan haciendo tanta gracia. No voy a decir “tanta gracia como el primer día” porque en aquel primer día, de hecho, yo ni había nacido, así que no se cuánta gracia hacían, aunque me lo imagino.
Vienen ahora de gira mundial por Bilbao (que incluye Donostia, Pamplona, Logroño y Santander) con el espectáculo Lutherapia, que estrenaron en 2008, con temas nuevos y algunas adaptaciones de números conocidos.
El pitorreo está hilado en torno al deporte nacional argentino: el psicoanálisis. Incapaz de hacer frente al estudio de la obra de Johann Sebastian Mastropiero, Daniel Rabinovich se ve necesitado de la terapia freudiana que le aplica Marcos Mundstock. Sus sesiones están plagadas de puñaladas traperas difíciles de pillar en su totalidad porque siempre te pilla una riéndote de la anterior y, pulla tras pulla, dan entrada a los números musicales, ejecutados con sus maravillosos instrumentos inventados: percuchero, silla eléctrica y, el muy espectacular, bolarmonio, entre otros.
Complicado decidir si son mejores músicos o cómicos. En ambos campos manejan una paleta tan extensa que creo que justifica el hecho de que sean 5. Imposible abarcar tanto una sola persona. En lo musical bordan desde la opereta medieval a la cumbia epistemológica (¡dios, qué grande!) pasando por el blues en clave de jazz (ejecutado con piano y el inefable bolarmonio). En cuanto a libreto, son la perfecta definición de lo que se suele etiquetar de “humor inteligente” utilizando con soltura los malos entendidos, los juegos de palabras, los latiguillos que viajan de número en número, los dobles sentidos, el sarcasmo,… cero chiste burdo, ninguna imitación de discapacitados, sin alusiones “al tonto”, en fin, sin apelar en ningún momento al hijoputa que llevamos dentro, haciendolo, sin embargo, a las neuronas que aún nos queden. Y saben rebuscar entre ellas ¡vaya si saben!
Mención especial merece, por cierto, el aspecto técnico. Quien o quienes se dediquen a sonorizar el espectáculo merecen tantos aplausos como los propios ejecutantes. Todos los pasajes suenan perfectos a pesar de la dificultad que entraña la diversidad de configuraciones y trabajar con los peculiares instrumentos de Les Luthiers.